“El intestino es nuestro segundo cerebro”.
Todos hemos escuchado esta frase al menos una vez. Y apuesto a que todos han sentido alguna vez las famosas "mariposas en el estómago", o sufren cólicos antes de un examen, o tienen el estómago "cerrado por el nerviosismo". Estas son las demostraciones reales de que en realidad existe una conexión entre el intestino y el cerebro. Lo cierto es que no se trata solo de una conexión "emocional", hay mucho más: hay razones fisiológicas y orgánicas por las que el intestino tiene todo el derecho a ser llamado un "segundo cerebro". En nuestro viaje de alimentación consciente, que es una parte integral del viaje para conocernos mejor, vale la pena explorar los mecanismos fisiológicos de nuestro cuerpo para comprender la mejor manera de "escucharlo".
El intestino tiene su propio sistema nervioso, llamado sistema nervioso entérico, que consta de 500 millones de neuronas y está regulado por las mismas hormonas y neurotransmisores que encontramos en el cerebro.
La conexión entre estos dos órganos se conoce como eje intestino-cerebro (GBA: Gut-Brain Axis) e implica una comunicación directa y bidireccional entre ambos que involucra también a los sistemas cognitivo, emocional, cardiocirculatorio, endocrino y respiratorio.
La vía directa y más rápida de comunicación a lo largo del eje intestino-cerebro está representada por el nervio vago. Es un nervio cerebral, que se origina en el bulbo raquídeo, atraviesa la yugular y el cuello, desciende por el tórax y llega al abdomen. Sus inervaciones afectan la tráquea, los pulmones, el estómago y los intestinos. Este nervio es parte del sistema nervioso parasimpático, que es responsable de todas las actividades de "descanso y digestión".
Por lo tanto, el cerebro afecta la funcionalidad de nuestro sistema digestivo, en particular sobre la motilidad y la secreción de ácidos y enzimas digestivas, también responde a estímulos estresantes activando mecanismos hormonales precisos.
El intestino es, por otro lado, responsable de la producción de estos neurotransmisores y hormonas: por lo tanto, interviene en nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, la calidad del sueño y el comportamiento.
En qué manera el intestino afecta el cerebro
La microbiota intestinal es responsable de la producción, secreción y distribución de hasta 30 neurotransmisores. Más del 90% de la serotonina, la llamada hormona de la felicidad, y el 50% de la dopamina, la hormona del placer, se sintetizan en nuestros intestinos. Pero eso no es todo: la acetilcolina, la hormona de la memoria y el neurotransmisor GABA, por ejemplo un inhibidor del estrés, también se originan en el intestino. La serotonina está estrechamente relacionada con la calidad del sueño y nuestras respuestas emocionales. Un buen nivel de serotonina nos permite gestionar mejor el estrés y las preocupaciones y relacionarnos más positivamente con nosotros mismos y con los demás. Se produce a partir de su precursor, el triptófano, que se encuentra, entre otros, en… ¡el chocolate! Aquí se revela por qué cuando nos sentimos tristes se nos antoja este alimento: nuestro cuerpo sabe lo que necesita, por eso es tan importante aprender a escucharlo. La dopamina, por otro lado, es la respuesta hormonal a la sensación de "placer" y también es la causa de las adicciones. De hecho, se produce no sólo durante la exposición al estímulo real, sino también antes de que éste realmente suceda: es responsable del deseo de repetir una experiencia agradable, así como de evitar las desagradables.
Una deficiencia de dopamina provoca sentimientos de aburrimiento, baja motivación, malestar general y dificultad para experimentar placer (incluso de algo que disfrutamos anteriormente). La tendencia general es responder a estas sensaciones tomando sustancias o alimentos que nos den energía (como el café) o buscando comodidad (por ejemplo en el humo o en la comida).
De hecho, la cafeína, la nicotina y los azúcares provocan un aumento de los niveles de dopamina a corto plazo, pero a la larga pueden dañar el sistema dopaminérgico "natural", haciéndolo menos receptivo y provocando así el desarrollo de adicciones.
Intestino, cerebro y salud mental
Las investigaciones más recientes han demostrado cómo las personas que padecen enfermedades neurodegenerativas, trastornos del estado de ánimo e insomnio suelen tener una flora bacteriana desequilibrada y cómo el uso de probióticos específicos y una nutrición mejorada tienen un efecto beneficioso y preventivo sobre estos trastornos. Hemos visto cómo el sistema nervioso entérico, el del intestino, está por tanto regulado por la microbiota (flora bacteriana), por lo que es fundamental mantenerlo sano mediante una alimentación saludable y una actividad física adecuada. La misma microbiota también interviene en el buen funcionamiento del sistema inmunitario. Es sorprendente descubrir cómo los millones de bacterias que habitan en nuestros intestinos son verdaderamente fundamentales para nuestro bienestar.
Que sucede al intestino cuando nos sentimos nerviosos
Lo que comúnmente llamamos "nervioso" es nuestra respuesta al estrés. Los factores que la provocan pueden ser tanto externos (contaminación ambiental, situaciones laborales, relaciones, imprevistos, etc.) como internos (por ejemplo, situaciones inflamatorias). El eje intestino-cerebro se ve profundamente afectado por los mecanismos de respuesta al estrés: la cascada hormonal, de hecho, se origina en el área límbica del cerebro y afecta a todo el cuerpo (eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal). El estrés surge como respuesta a un evento considerado de riesgo para nuestra seguridad, ante el cual las únicas soluciones posibles son "luchar" o "huir": este mecanismo se denomina "lucha o vuela". En estas condiciones, el organismo libera cortisol y adrenalina para preparar el organismo: se bloquean las funciones primarias (digestión, sueño, libido) y se produce glucosa, toda la energía se concentra hacia las extremidades (los brazos y las piernas se utilizan precisamente para atacar, defenderse o huir).
Reacción del intestino al estrés
Este mecanismo que hace miles de años preocupaba realmente a nuestra supervivencia (pensemos en los hombres prehistóricos que debían enfrentarse a los animales salvajes), hoy también se activa ante situaciones menos "peligrosas" que todavía experimentamos como "estresantes".
Se activa el sistema simpático, en detrimento del sistema parasimpático, el encargado de la digestión. En el estómago no se producen enzimas digestivas y se reduce la motilidad intestinal, por lo que podemos presenciar fenómenos como hinchazón y gases, episodios de estreñimiento o diarrea, alteración de la permeabilidad intestinal.
Todo esto puede provocar deficiencias nutricionales (la absorción de nutrientes deriva de una correcta descomposición de los alimentos que puede verse comprometida en una situación de estrés), la aparición de úlceras (cuando los niveles de cortisol vuelven a bajar, se reinicia la secreción de enzimas y ácidos en el estómago, pero en ese punto ya no hay más materia para digerir), síndrome del intestino irritable y otras enfermedades que afectan el sistema digestivo.
Además, el exceso de glucosa, como fuente de energía rápida (necesaria para "huir o luchar"), estimula al páncreas para que libere insulina, la hormona que permite que las células absorban la glucosa. Sin embargo, este pico de insulina permanece en el cuerpo y provoca ese antojo de dulces que muchas veces se hace sentir cuando nos sentimos más nerviosos. De hecho, nuestro cuerpo nos pide más azúcar para poder equilibrar su sobreproducción.
Esta es la razón por la que el estrés crónico puede crear antojos de alimentos con alto contenido de azúcar y convertirse en una posible causa en la aparición de la obesidad, la resistencia a la insulina y la diabetes.
¿Como podemos reducir el estrés?
Hoy vivimos en una sociedad muy sujeta a estrés, que realmente podemos definir como una "gran epidemia". Cada situación, información, pensamiento, anuncio, discurso puede ser percibido como estresante y provocar la activación del mecanismo de "lucha o huida". A menudo sucede sin que nos demos cuenta. Es importante dedicar tiempo a aquellas actividades que nos permitan bajar los niveles de estrés: podemos optar por una alimentación predominantemente vegetal (los productos de origen animal son proinflamatorios) y una actividad física ligera en nuestro día a día, y entrenar nuestra capacidad de reactivar el sistema nervioso parasimpático incluso en situaciones experimentadas como "estresantes" a través de la práctica de yoga, meditación y atención plena. También debemos recordar que nuestro cuerpo percibe distracciones o conversaciones negativas mientras comemos como "activadores". Por eso nos ayuda el Mindful Eating, la práctica de la “consciencia en la mesa”. Comer mientras ves la televisión, revisas el correo electrónico o participas en una discusión nunca es una buena idea. Estas acciones aparentemente triviales pueden causar una mala digestión y, en consecuencia, gases, hinchazón y pesadez. En cambio, hay pequeños trucos que podemos implementar para asegurarnos de comer en una situación tranquila, en un ambiente tranquilo y con una actitud participativa, preparando tanto nuestro cerebro como nuestros intestinos para la fase digestiva.
Comments